domingo, 22 de julio de 2007

Duro metal

Dentro del panorama veraniego 2007 Transformers es probablemente la apuesta más desprejuiciada, directa, divertida y refrescante de la temporada.
Las aventuras del joven Sam Witwiky estan a punto de comenzar: posee unas gafas de su tatarabuelo que, no me pregunten por qué, indican el camino a la fuente de energía que una raza alienígena está a punto de descubrir en la tierra. Ni que decir tiene que la compra de Sam de su primer coche parece una jugada del destino: se verá envuelto en una guerra entre dos facciones del ejército de un planeta destruído, que no en vano pueden tomar forma de cualquier vehículo que se propongan…
Quien espere encontrar profundidad psicológica en un Transformer, que se olvide: aquí Bay nos entrega de nuevo, tras esa pausa con argumento que fue La isla, una muestra corregida y aumentada de su estilo nervioso, de su montaje caprichoso, y de su falta de interés en el suspense o la narración para, eso sí, subir a su espectador en una montaña rusa de emoción y diversión constante.

Fantástica la media hora inicial en la que parece recuperarse el tono adolescente entrañable, humorístico, idílico y fantasioso de la etapa Amblin de los ochenta (ahí están títulos varios vinculados de una manera u otra con la factoría Spielberg, léase Los Goonies, Exploradores, Gremlins, Regreso al futuro…) mezclados, eso sí, con la imaginería recargada y barroca de los realizadores videocliperos y el sonido más percusivo que uno pueda imaginar. Impagable esa imagen de la escultural Megan Fox con su figura recortada por el sol, mientras el coche con Sam dentro sale de cuadro para reaparecer de nuevo más cerca. La influencia Spielberg proporciona la subtrama de comedia adolescente de iniciación amorosa y de vida adulta, y junto con otros momentos debidos a nuestro barbudo favorito, como la captura de Bumblebee (¿alguien dijo ET?), permiten a Bay llegar algo más lejos que la mera apología militarista. Y es que el director no parece tener demasiados problemas en compaginarla con su especialidad en el cine de acción marca Bruckheimer de los 90, de épica hamburguesa tan recalciltrante moralmente como refrescante, espléndida en su llamativa superficie. Atención, a este respecto, al climax final (enorme media hora de destrozos fenomenales), y a su inicio y epílogo con voz en off (con referencias directas a la magistral –sí, magistral- Armageddon-, o al sentido del humor apto para minorías de color estadounidenses (excelente también su incursión en la comedia de enredo con los Transformers pisoteando el jardín en una larga escena).
La interpretación de un nervioso, histérico, Shia LaBeouf nos hace confirmar que sí, que se merece todos laureles habidos y por haber, pues su presencia tímida y ordinaria hace que los momentos cómicos –abundantes- funcionen, y es utilizado por Bay como resorte casi único de identificación para el espectador. Contenido, no obstante, en el uso de la violencia por la una calificación por edades predeterminada en su suavidad para todos los públicos, Transformers parece pedir a gritos más sangre y muerte, pero Bay vuelve a su estilo más espectacular e histérico. En Pearl Harbor o La Isla (su mejor película, esta última) parecíó volverse más tímido con respecto a lo que de verdad le gusta hacer, exhibir su estílo cinético, incansable, ruidoso, (nadie filma como él soldados a cámara lenta, o helicópteros recortados a contraluz en un enorme sol naranja: dos constantes en su filmografía, en lo que se ha venido a definir casi como pornografía del metal) seguramente para enfadar a progres culturillas, defensores de la moral o fans fundamentalistas del producto original, a todos por igual. Bien por él.

Oda a Ferrell

Ferrell continúa con su relectura del género deportivo en clave de comedia, tras "Talladega Nights. The ballad of Ricky Bobby" (Pasado de vueltas, en su pobre título español). Al igual que en aquella, los guiones son sólo un poco más paródicos que aquellos en los que se basa, y eso es precisamente lo que provoca mi saludable incredulidad, ya que por si había alguna duda, nos encontramos ante una comedia. El uso de recursos argumentales convencionales del cine en los roles de los personajes y un cierto trasfondo ético redondean de nuevo la jugada para una film que por estos lares y tal y como esta el patio cultureta, seguro va a estar harto infravalorado. El público de la América profunda al que se dirige el film es ampliable al viejo continente, pues existen, bajo su simplicidad indisimulada, algunas ideas y deformaciones grotescas interesantes en su épica de supermercado (atención no obstante al hortera número con la canción de Armageddon, mucho mejor utilizada que en el film original). El film, producido por Ben Stiller, continúa su revisión de elementos de la cultura popular en clave grotesca, que estos comediantes parecen estar llevando a cabo (acordaos de Zoolander y el mundo del modeleo).

La interpretación de Ferrell vuelve a ser el punch de la peli: un deportista de élite caído en desgracia, siempre bajo los canones afectados utilizados por este tipo de cine, para burlarse en última instancia de la apología al triunfo de la cultura norteamericana, o de la cultura en general. Su actitud machista, segura de sí misma y estúpida contrasta una expresión incrédula que parece traslucir sus esfuerzos por comprender un entorno que desconoce. Esto pone sobre el tapete algunos de los vicios occidentales más básicos, y es que no sólo Linklater iba a poder hacer eso en Fast Food Nation... Si además, como en este caso, se define a su personaje como un patinador hortera y heavy adicto al sexo -con el cuerpo de un oso de gominola peludo que se presume musculoso a ojos de los demás personajes del film-, uno tiene los ingredientes de unas cuantas risas. El resultado es una parodia de la versión más apologética del triunfito contemporáneo. Un heroe caído desde la cima -dos en este caso, notable el mormón Jon Heder de Napoleon Dynamite- es obligado a volver a la acción y aprender algo importante por el camino. Lo mejor de la película es que, a diferencia de otras del género, y al igual que las anteriores comedias de Ferrell El reportero o la mencionada Pasado de vueltas, no perpetúa estereotipos (Si en aquella era como la identidad americana buscaba reforzarse frente a la amenaza del pensamiento europeo, en este caso es la masculinidad en contraposición con lo gay, atención a las coreografías de los bailes), confirmando a Ferrell y su apuesta por la comedia como una de las más atractivas junto a viejos elementos como Trey Parker o Matt Stone, o comedias animadas como Padre de familia, que vuestro ácaro favorito comentó hace unos días.
Ah, y sale mi adorada Jenna Fischer, de The office.