sábado, 6 de octubre de 2007

ZELIG, el Woody transformer


Muestra patente del denominado género “mockumentary” o falso documental ya en 1983, Zelig no hace sino mostrar, una vez más, las intricadas fabulaciones de Woody Allen en su etapa de máximo esplendor, que no es decir poco.
Leonard Zelig (Woody Allen) es un hombre considerado en la media de su época, pero que empieza a llamar la atención de sus contemporáneos debido a su pasmosa, extraña, capacidad para mutar y transformarse en aquellos que están a su alrededor. Apodado “el camaleón” o el hombre mutante por su capacidad de transformarse, sus coetáneos debaten el origen de su enfermedad, hasta que una doctora, Eudora Fletcher (Mia Farrow) concluye en el origen psicológico de su afección: Zelig sólo desea combatir sus inseguridades para ser aceptado por la sociedad en la que vive, para integrarse en la masa sin llamar la atención de sus enemigos…
Mucho antes que la fenomenal Borat o la serie The Office pusieran en el tapete las tragedias y afecciones de nuestro entorno en forma de falso documental, Allen asombró en 1983 al público y la crítica con una comedia narrada en clave de realidad, pero totalmente falsa: la historia de un personaje anónimo –ficticio- que alcanzó la fama en los años 20 debido a unos evidentes trastornos de asertividad. Dos son los puntos que destacan al aproximarse a Zelig una vez más. Por un lado, cómo la película se descubre ante el espectador adoptando la misma dolencia del personaje, mintiendo sobre su propia condición: Allen concibe una comedia que miente acerca de su naturaleza como obra de ficción adoptando la forma y convenciones de un documental, al igual que el personaje muta en aquellos que tiene más cerca para ser aceptado en su entorno. Esto tiene miga, ya que el neoyorkino indaga una vez más, al igual que en Misterioso asesinato en Manhattan, por poner sólo un ejemplo, en la naturaleza de la realidad y la ficción y las relaciones entre arte y vida, como una es reflejo de otra (¿pero cual?) una de sus obsesiones habituales, esta vez no a través solamente de sus personajes, sino utilizando el género como arma arrojadiza.
Y por otro, el propio mensaje que vehicula, y que no es otro que las propias neurosis de su autor, convenientemente exageradas y amplificadas al máximo nivel, como dice uno de los médicos que examinan a Zelig en el film (y que no habla de él como tal, sino de Allen como reflejo del mismo). La inseguridad de un individuo que sólo busca ser normal sin saber qué significa eso, la frustración de no gustar a todos nunca por uno mismo y el miedo a no ser aceptado por cuestiones de raza, religión, sexo u opinión. Conceptos ambiguos como el de normalidad o identidad son puestos sobre el tapete con ligereza pero máxima libertad, sin eludir las connotaciones políticas del asunto (esa tronchante conclusión durante un discurso de Hitler, los ataques a Zelig por representar el capitalismo, o los juegos raciales a los que Allen se entrega).
El autor de Manhattan o Annie Hall domina perfectamente las convenciones y recursos de los géneros que toca, experimentando con el lenguaje de uno y otro para construir una comedia inclasificable, enésimo vehículo de sus obsesiones y neurosis habituales con coherencia e inteligencia. Atención a los gags más físicos del relato con Zelig andando por la pared, o con las piernas invertidas, y sus conversaciones con la doctora una vez hipnotizado…

domingo, 23 de septiembre de 2007

Yo quiero ser como Serpico

Uno de los puntales del thriller policiaco de los 70 es esta maravilla dirigida por Sidney Lumet. Pacino, antes de exhibir por doquier sus numerosos -y fascinantes- tics futuros, elabora un personaje que se gana las simpatías del espectador desde los diez primeros minutos de película. Frank Serpico, joven italoamericano -como no- es un hombre idealista y que no da su brazo a torcer frente a la corrupción del departamento. De caracter abierto y desprejuiciado, su talento como poli de calle se ve ninguneado por unos superiores que lo valoran por su aspecto hippie y desmañado (un superior le acusa de hacer felaciones a otros policias en los lavabos de la comisaría): el deterioro moral de Frank se va haciendo más acusado, a lo que ayudan las maneras esquivas de perro apaleado de la interpretación de Pacino.

La narración es concisa, clara y seca, poderosa. El personaje, eterno: Serpico se queda contigo tiempo después de que acaben los títulos. Una historia de valor y coraje como ninguna, alejada de todo sentimentalismo, y un policiaco alejado de convenciones. Atención a las relaciones sentimentales del protagonista con dos mujeres, a lo largo del tiempo que abarca la historia: su forma de seducirlas, de tratarlas, (impagable la escena del jardín terraza) hablan de la dignidad y la nobleza, el encanto y el poder de seducción que el actor imprime a todo lo que toca.

Y sí, quiero ser como él: me compraré un gorro, me dejaré barba y caminaré aún más encorvado, aumentaré mi cascarrabiosismo en un 300 %, hasta hacerme ya directamente insoportable.... ¡Serpico, mira lo que me has hecho!

jueves, 20 de septiembre de 2007

La carta esférica


La Carta Esférica se trata de un nuevo intento de trasladar a la pantalla grande una novela de Arturo Pérez Reverte. Narrativamente más afortunada que esa debacle de nombre Alatriste –el porqué de que nadie quiera decirlo demasiado alto, se me escapa, o quizá no…-, cuenta como Coy, marinero en tierra, conoce a Tánger, una atractiva conservadora de museo, para quedar perdidamente enamorado de ella e inmerso en la búsqueda de un navío jesuita hundido mientras la pareja se convierte en el centro de una misteriosa conspiración.
El argumento, a priori atractivo, se ve lastrado en su adaptación a la pantalla por uno de los males endémicos del cine español, esto es, un desánimo general en el que todos parecen estar aquejados de una ligera jaqueca o depresión post-parto de una adaptación cinematográfica que merecía precisamente un mayor sentido de la aventura, del romance y del humor. No obstante, esos elementos aparecen puntualmente a través del correcto devenir de una cinta que, digamoslo ya, pide a gritos un poco más de acción y emoción (que, según parece, la novela sí ofrece). Las razones de esto, desde carencias de presupuesto hasta deseos de autoría según ésta es entendida en estos lares, no importan ya: La carta esférica queda como el enésimo quiero y no puedo dentro del cine comercial patrio, pero de todas formas nos obsequia con un Carmelo Gómez que resulta lo mejor de la película, una correcta y bellísima Aitana, y una fotografía y una cámara de Aguirresarobe que parece querer pedir más caña, que es lo que le falta al rutinario guión de Uribe, que centra toda su intriga en describir la errática relación de Coy con Tánger de forma muy decente, pero se olvida del trasfondo de la aventura en la que ambos se ven inmersos. Verdadera combinación de cine negro con aventura, La carta esférica es de todas formas una decente opción que no ofende ni entusiasma.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Deliverance (Defensa)


Llevaba tiempo intentando ver Deliverance (Defensa), y por fín lo he conseguido. Y caray. Un verdadero hito del cine de acción y suspense, un thriller simplente impresionante dirigido con una seguridada digna de elogio. La acción sigue a cuatro amigos que emprenden el descenso en canoa del río Cahulawasse en los Apalaches. Ni que decir tiene que lo que parecía un fin de semana de relax y aventura, acabará tornándose en pesadilla cuando dos paletos locales violan brutalmente a uno de los amigos mientras obligan a mirar a otro -situación retomada por Tarantino en Pulp Fiction a partir de esta película-, haciendo que la respuesta de los cuatro tenga consecuencias insospechadas, dando pié a una segunda mitad que se inserta, y de qué manera, en el relato de supervivencia más clásico, para darle una vuelta de tuerca al final que supone una verdadera carga de profundidad para el género.

Esta incursión en el cine de acción y aventuras del inglés John Boorman puede catalogarse como tal, pero siempre a la manera seca, brutal, de los 70. Verdadera reflexión sobre la naturaleza de la justicia y la civilización moderna en oposición a la tan cacareada América Profunda (retratada con más humanidad pero sin concesiones en un momento aún pre-Matanzas varias de Texas) , pero también sobre el miedo (personalmente dudo aún que el personaje muerto por Jon Voight con su arco fuera uno de los culpables de la violación de Beatty, generándose aquí una terrorífica duda razonable que creo que sus autores no se molestan en despejar: quizá algún lector quiera dejarme un comentario al respecto), Deliverance sorprende por lo crudo de algunos de sus pasajes violentos, sucedidos de forma brusca, sin avisar: atención al deformado cuerpo de Drew (Ronny Cox) tras ser encontrado por sus amigos en el rio, a la muerte del violador, o simplemente, a las demoledoras consecuencias de los actos de los protagonistas, elemento éste que se aleja de todo intento de ligereza, muchas veces congénita al género en que se enmarca la obra. A éste respecto también cabe mencionar como Burt Reynolds desmitifica su clásico papel de héroe de acción de los 70 con un personaje más áspero, y que en la segunda mitad del film revela no tener todas las respuestas, teniendo Jon Voight que tomar la batuta de mando.

En añadidura a esto, cabe mencionar su reflexión sobre el choque de la naturaleza primitiva, primaria, -retratada con incalculable belleza por Vilmos Zsigmond,- con la actitud urbanita y civilizada, de los cuatro amigos (magistralmente retratados por Boorman en su diversidad). La estructura del film es simple y clara: una primera mitad prepara la tensión con escenas de gran naturalismo en las que podemos observar claramente que los propios actores descienden en canoa. Boorman va creando incomodidad en el espectador con un ritmo pausado y tranquilo, sabedor de que, por supuesto, algo va a pasar. Y cuando esto ocurre. pasamos a una segunda mitad en la que la situación estalla, dejando que surjan los instintos básicos de supervivencia de los cuatro amigos, todos ellos muy distintos entre sí, y que anulan cualquier atisbo de civilización, parece querer decirnos el film. Éste en todo momento, pese a su aparente simplicidad, huye del body count más convencional -en el que podía haber caído, véase cualquier producción de terror sobre la América profuda, como la excelente Las colinas tienen ojos, sin ir más lejos-, para construírse como un relato tenso y sin concesiones, una bomba de profundidad que constituye toda una sorpresa.

domingo, 2 de septiembre de 2007

La vida es sueño, sueño es la vida


Esta coproducción germano norteamericana pasa por ser uno de los títulos de cine infantil o familiar más carismáticos de los ochenta, muestra de ese pasado pseudo-mítico de títulos ochenteros que algunos mamamos, fascinados, de las estanterías de los videoclubs a través de títulos como Regreso al futuro, Gremlins o incluso las de Terence Hill y Bud Spencer. Lejos de estos títulos, la revisión de La Historia Interminable ni la hace daño ni perturba su recuerdo infantil: nos encontramos ante un film pasable en términos generales, excelente durante su primera mitad -la que describe a Bastian en el mundo ¿real?-y algo más errático en sus pasajes fantásticos centrales, pero que se recupera en su climax al presentarnos una evacadora e inofensiva reflexión sobre el verdadero significado de su título...convirtiendo a ese niño huerfano de madre en un personaje más de la ficción, que otros estamos viendo quizá producto de la ficción de otros...y así interminablemente...para en todo caso exaltar la imaginación y el triunfo de la infancia entendida como lugar básico donde la inocencia de un niño puede salver civilizaciones enteras. Excelente el momento en el que Bastian/Atreyu se ven a través de un espejo que separa ambos mundos...antes de que los Wachowsky se atrevieran a citar a Lewis Carroll, sólo que esta vez en un andamiaje narrativo mucho más pretencioso.

Además, no se nos obvia una bonita premisa sobre el lugar de la fantasía en el orden de la realidad, entendida aquí como algo que se acaba imponiendo, pero a lo que podemos resistirnos...tan infantil digo yo que no es ¿o sí?.

De paso, su director, el infravalorado Wolgang Petersen, nos obsequia con una nueva muestra de su sabiduría cinematográfica post Das Boot y Pre Air Force One, en un paso intermedio a su necesario salto al actioner hollywodiense. Su puesta en escena, tan sobria, clásica, medida y perfecta como siempre, consigue acojonar muchas veces pese a la carencia de un Jim Henson que solucionase esos graves problemas de artritis en las criaturas peludas que pueblan el film.

martes, 28 de agosto de 2007

Cherry ¿2000?


Todo parece indicar que ese memorable -e intrascendente- díptico que es Grindhouse, destrozado para su exhibición europea por gentileza de los Weinstein, se va a convertir en el ejercicio friki y de culto del año, gracias precisamente a ese fracaso comercial augurado en todo el mundo. En primera instancia -pronto podremos hablar de Death Proof- Planet Terror destaca por ser un directo y avasallador ejercicio de acción que no obvia de forma valiente, aunque cabría preguntarese si premeditada, todos los defectos de aquellas películas que parodia o a las que referencia. Morbosa, sucia, llena de sudor, sangre, vísceras, pústulas y sexo, la película de Rodríguez -desde ya, su mejor obra- nos deja por lo pronto a una memorable Rose MacGowan (icono desde ya) como Cherry, la encantadora, entrañable y bombástica bailarina de strip-tease lisiada que encuentra la forma de dar salida a sus numerosos talentos inútiles para exaltar la basura blanca que parece preñar todos los fotogramas deteriorados digitalmente. Sólo con su recuerdo esta experiencia cinematográfica creada para reproducir las películas de la infancia y de la época de la creación del gusto de sus artífices -esas películas de sesiones dobles en cine, o lo que para nosotros sería esa serie Z agolpadas en las estanterías superiores de los videoclubs que ya casi son cosa del pasado: sino, tiempo al tiempo-, Grindhouse merece muy mucho la pena.

lunes, 20 de agosto de 2007

EL ULTIMATUM DE BOURNE


Vaya vaya, pocas veces tiene uno la oportunidad de hablar de seguido de dos maravillas como Ratatouille -la semana pasada- y ahora el Ultimátum. La película, que todo el mundo me conoce sabe que esperaba como un poseso, llegó y con ella llegó el escándalo. Y no es por que la mismísima Duquesa de Alba viera la película junto a mí en el cine (acentuando el efecto temblorcillo de la magistral cámara de Greengrass, convirtiendo el film en casi una experiencia interactiva: solo faltaba Bourne dandome collejas para hacer un ríase usté de las tresdé). Lo que tenemos aquí es un dueto magistral junto con la anterior El mito del 2004, que pese a ser un poquito más mecánica -debido a la necesidad de poner el acento en las magistrales persecuciones que se convirtieron en marca de la casa-, configura la mejor ración de cine que un subnormal como yo podía esperar. Dos horas de glorioso entretenimiento, un film que navega entre la intelectualidad estructural de un guión con recovecos, y la visceralidad de unas escenas de acción que pasan, todas y cada una de ellas, a la historia: ese larguísimo encuentro de Bourne con un plumilla impaciente en la estación de Waterloo, la enorme, fascinante, laberíntica persecución en Tánger (y la pelea con la que culmina: atención al uso que Bourne hace de los libros), o el tremendo encuentro de éste con la poli en Nueva York al final (uno de los pocos peros que se le puede poner al film, la sensación leve de deja vú que desprende esta misma, respecto al anterior film)...


La obra, y digo bien, obra, goza del pulso ajustado de las anteriores, pero claro, deja a la de Liman en calzoncillos gracias a la intensidad que Greengrass inyecta en el film. Fijaos arriba en ambos, fijaos, como saben la bomba que tienen entre manos...Enérgico desde el segundo cero hasta el último, sorprendentemente tenso (repito: Waterloo), siniestro, espectacular, El ultimátum sobresale tanto entra la mediocridad Hollywoodiense que me dan ganas de hacer lo que debería hacer hace mucho, mucho, buscar nuevos cines (y no, no me refiero a cambiar multisala).
La música de mi admirado John Powell sobresale de nuevo: escuchad el corte Tangiers y notareís como se os erizan los pezones. Y atención a la filigrana narrativa que se marca el amigo Greengrass -al que un servidor pudo ver tranquilamente paseando por la calle Virgen de los Peligros hace pocos meses, mientras rodaba escenas del film-: la mayoría de El ultimátum, o sus dos primeros actos, estan insertos cronológicamente dentro de El mito, de forma que si al final de ésta última parecía que Bourne había aceptado su pasado para comenzar desde cero, ahora resulta que no, que no es así, dejando para el final el último acto o desenlace de la magistral trilogía y poniendo el broche de oro de 24 kilates a la serie. Esta estructura viva, orgánica, la estética dura y espontánea de la que muchos renegaron en la segunda peli , no evita lo que muchos ya saben: que Greengrass en un narrador de la puta hostia y que pese a la avalancha de nombres, personajes y acciones que se suceden taquicárdicamente, pese a que algunos flojos de vientre necesiten biodramina para no marearse con la cámara en mano, la película se entendería perfectamente aunque fuera muda, de forma completamente intuitiva. En fin, otro puntazo para Mr. Damon, y van....

lunes, 6 de agosto de 2007

ratatouille


Pocas veces uno tiene el placer de hablar de un film tan redondo como Ratatouille.
La conmovedora y divertida historia de la rata Remy, que acaba, tras una tragedia familiar, emergiendo de las cloacas para erigirse el chef del mítico restaurante del antes venerado cocinero Gustave Gusteau, resulta una de las experiencias más gratificantes del cine de este año, y seguro, del de unos cuantos más en el futuro. Prolongando la tradición de Pixar de contar historias, no una mera sucesión de chistes de desigual fortuna barnizados con la moralina de siempre, o con la supuesta acidez tambien de siempre (¿verdad, Shrek?), Ratatouille tiene un guión dinámico, profundo y armado con poderosas virtudes. Sin depender de escenas de acción o gags independientes, el film de Brad Bird posee además una caligrafía artística portentosa, ajustada a una narratividad que parece no tener límites.
Todo está rematado con mimo en Ratatouille, y fíjense, por favor, que aún no he comenzado a hablar de sus bondades técnicas, por las que probablemente el film sea identificado por el público. Formidable el homenaje a Trainspotting al comienzo del film, la voz en off de Remy narrando su historia, fantástico el diseño de éste...en fin.

Virtuosismos como el plano secuencia que sigue a Remy por el interior de las paredes antes de llegar al restaurante, o cuando cocina con Linguini, o la persecución por las calles de París en moto con los papeles del testamento, atestiguan sin excesos la calidad de un film sin fisuras.
Temas como la aceptación del otro, la integración de éste (y la colaboración entre diferentes para la consecución de un objetivo), la profesionalidad y la definición del individuo no sólo a través del grupo al que pertenece, ni por sí mismo, sino por las dos cosas al tiempo, así como el aprovechamiento de la oportunidad, aparecen sin sesgar ni mediatizar por prodigios técnicos o filosofías comerciales. Sorprendentes son también, por el tipo de film en el que nos hayamos, las cerebrales reflexiones finales del crítico de cocina Anton Ego al final del film. Nada nuevo esto último, al tratarse de un film amparado por Pixar, pero sobre todo dirigido por un artista que trabaja para el público, pero sin él, un verdadero demócrata del séptimo arte entendido como algo comercial y artístico, y no hablo de Spielberg o Mann: Brad Bird es el Kubrick de la animación, tiene en su haber la gesta de sacar adelante la cantera amarilla de Los Simpson hace ya algunas temporadas -inigualable la cantera de animadores y guionistas salidos de la serie creada por Groening- y de esa otra pasada que era Los increíbles o El Gigante de hierro, pero su último film decide alejarse del homenaje aventurero más cerebral que era ésta última, para exhibir un París de una inigualable belleza que supera cualquier tópico sobre la ciudad, y un guión que no necesita de la animación para justificarse, sino que justifica la animación por sí misma como plataforma de choque contra la mediocridad en la que el género nos obsequia con asiduidad.
Ratatouille, haciendo referencia a su propio vocabulario, se trata de una delicatessen que no podía estar más alejada del fast-food que la enmarca. Un 10.

domingo, 22 de julio de 2007

Duro metal

Dentro del panorama veraniego 2007 Transformers es probablemente la apuesta más desprejuiciada, directa, divertida y refrescante de la temporada.
Las aventuras del joven Sam Witwiky estan a punto de comenzar: posee unas gafas de su tatarabuelo que, no me pregunten por qué, indican el camino a la fuente de energía que una raza alienígena está a punto de descubrir en la tierra. Ni que decir tiene que la compra de Sam de su primer coche parece una jugada del destino: se verá envuelto en una guerra entre dos facciones del ejército de un planeta destruído, que no en vano pueden tomar forma de cualquier vehículo que se propongan…
Quien espere encontrar profundidad psicológica en un Transformer, que se olvide: aquí Bay nos entrega de nuevo, tras esa pausa con argumento que fue La isla, una muestra corregida y aumentada de su estilo nervioso, de su montaje caprichoso, y de su falta de interés en el suspense o la narración para, eso sí, subir a su espectador en una montaña rusa de emoción y diversión constante.

Fantástica la media hora inicial en la que parece recuperarse el tono adolescente entrañable, humorístico, idílico y fantasioso de la etapa Amblin de los ochenta (ahí están títulos varios vinculados de una manera u otra con la factoría Spielberg, léase Los Goonies, Exploradores, Gremlins, Regreso al futuro…) mezclados, eso sí, con la imaginería recargada y barroca de los realizadores videocliperos y el sonido más percusivo que uno pueda imaginar. Impagable esa imagen de la escultural Megan Fox con su figura recortada por el sol, mientras el coche con Sam dentro sale de cuadro para reaparecer de nuevo más cerca. La influencia Spielberg proporciona la subtrama de comedia adolescente de iniciación amorosa y de vida adulta, y junto con otros momentos debidos a nuestro barbudo favorito, como la captura de Bumblebee (¿alguien dijo ET?), permiten a Bay llegar algo más lejos que la mera apología militarista. Y es que el director no parece tener demasiados problemas en compaginarla con su especialidad en el cine de acción marca Bruckheimer de los 90, de épica hamburguesa tan recalciltrante moralmente como refrescante, espléndida en su llamativa superficie. Atención, a este respecto, al climax final (enorme media hora de destrozos fenomenales), y a su inicio y epílogo con voz en off (con referencias directas a la magistral –sí, magistral- Armageddon-, o al sentido del humor apto para minorías de color estadounidenses (excelente también su incursión en la comedia de enredo con los Transformers pisoteando el jardín en una larga escena).
La interpretación de un nervioso, histérico, Shia LaBeouf nos hace confirmar que sí, que se merece todos laureles habidos y por haber, pues su presencia tímida y ordinaria hace que los momentos cómicos –abundantes- funcionen, y es utilizado por Bay como resorte casi único de identificación para el espectador. Contenido, no obstante, en el uso de la violencia por la una calificación por edades predeterminada en su suavidad para todos los públicos, Transformers parece pedir a gritos más sangre y muerte, pero Bay vuelve a su estilo más espectacular e histérico. En Pearl Harbor o La Isla (su mejor película, esta última) parecíó volverse más tímido con respecto a lo que de verdad le gusta hacer, exhibir su estílo cinético, incansable, ruidoso, (nadie filma como él soldados a cámara lenta, o helicópteros recortados a contraluz en un enorme sol naranja: dos constantes en su filmografía, en lo que se ha venido a definir casi como pornografía del metal) seguramente para enfadar a progres culturillas, defensores de la moral o fans fundamentalistas del producto original, a todos por igual. Bien por él.

Oda a Ferrell

Ferrell continúa con su relectura del género deportivo en clave de comedia, tras "Talladega Nights. The ballad of Ricky Bobby" (Pasado de vueltas, en su pobre título español). Al igual que en aquella, los guiones son sólo un poco más paródicos que aquellos en los que se basa, y eso es precisamente lo que provoca mi saludable incredulidad, ya que por si había alguna duda, nos encontramos ante una comedia. El uso de recursos argumentales convencionales del cine en los roles de los personajes y un cierto trasfondo ético redondean de nuevo la jugada para una film que por estos lares y tal y como esta el patio cultureta, seguro va a estar harto infravalorado. El público de la América profunda al que se dirige el film es ampliable al viejo continente, pues existen, bajo su simplicidad indisimulada, algunas ideas y deformaciones grotescas interesantes en su épica de supermercado (atención no obstante al hortera número con la canción de Armageddon, mucho mejor utilizada que en el film original). El film, producido por Ben Stiller, continúa su revisión de elementos de la cultura popular en clave grotesca, que estos comediantes parecen estar llevando a cabo (acordaos de Zoolander y el mundo del modeleo).

La interpretación de Ferrell vuelve a ser el punch de la peli: un deportista de élite caído en desgracia, siempre bajo los canones afectados utilizados por este tipo de cine, para burlarse en última instancia de la apología al triunfo de la cultura norteamericana, o de la cultura en general. Su actitud machista, segura de sí misma y estúpida contrasta una expresión incrédula que parece traslucir sus esfuerzos por comprender un entorno que desconoce. Esto pone sobre el tapete algunos de los vicios occidentales más básicos, y es que no sólo Linklater iba a poder hacer eso en Fast Food Nation... Si además, como en este caso, se define a su personaje como un patinador hortera y heavy adicto al sexo -con el cuerpo de un oso de gominola peludo que se presume musculoso a ojos de los demás personajes del film-, uno tiene los ingredientes de unas cuantas risas. El resultado es una parodia de la versión más apologética del triunfito contemporáneo. Un heroe caído desde la cima -dos en este caso, notable el mormón Jon Heder de Napoleon Dynamite- es obligado a volver a la acción y aprender algo importante por el camino. Lo mejor de la película es que, a diferencia de otras del género, y al igual que las anteriores comedias de Ferrell El reportero o la mencionada Pasado de vueltas, no perpetúa estereotipos (Si en aquella era como la identidad americana buscaba reforzarse frente a la amenaza del pensamiento europeo, en este caso es la masculinidad en contraposición con lo gay, atención a las coreografías de los bailes), confirmando a Ferrell y su apuesta por la comedia como una de las más atractivas junto a viejos elementos como Trey Parker o Matt Stone, o comedias animadas como Padre de familia, que vuestro ácaro favorito comentó hace unos días.
Ah, y sale mi adorada Jenna Fischer, de The office.

lunes, 16 de julio de 2007

Battlestar Galáctica

Atención a una de las mejores series recientes, una verdadera joya a descubrir, puesto que en España tán sólo ha sido emitida en el cnal Sci-Fi, quedando relativamente escondida del alcance de un público más amplio -que en un país como España, sin duda no llegaría a alcanzar, quedándose de nuevo como bastión de eso que venimos llamando frikismo de forma tan tonta-... Galáctica narra la supervivencia de un limitado número de humanos, únicos supervivientes de la raza tras el ataque de los cylons, seres sintéticos creados por el hombre pero que han decidido revelarse tras mantenerse ocultos durante 40 años en los que han aprovechado para tomar aspecto humano. Con todas las colonias humanas aniquiladas, los supervivientes se ven obligados a vagar por la galaxia en un convoy de naves, viéndose obligados a superar tanto el acoso de los cylon como problemas más accesorios pero igual de arriesgados.
Protagonizada por el famoso teniente Castillo, el excelente Edward James Olmos -menuda voz en la versión original- y Mary McDonell -Grand Canyon, Independence day- como el capitán Adama y la forzosa presidenta Roslin, respectivamente, amén de un reparto coral de rostros eficaces pero desconocidos. La serie muestra en sus primeros capítulos de una gran número de subtramas de interés, además de gran número de imágenes de gran impacto tanto poético como visual -ahí están las imaginarias conversaciones del científico Baltar con su bella androide-, y unos efectos visuales de primer orden, realmente cinematográficos (atención al uso del sonido en las batallas espaciales). La música, basada en percusiones tribales es extraordinaria.
Exhibe una puesta en escena cámara en mano al modelo 24, pero supera a ésta en muchos de sus diálogos, pese a tener en ocasiones, y al menos durante su miniserie inicial, un tono demasiado frío. Pero es su épica apagada, pero épica al fin y al cabo, (ver la razón que Adama aduce en su discurso final como esperanza para vivir), y en sus trabajados personajes (carismáticos y llenos de claroscuros todos ellos), donde reside la esperanza de una gran serie, que parece va a satisfacer las mejores predicciones del que esto escribe...Un verdadero tesoro, que la propia Concepción Cascajosa en su libro sobre series de televisión no duda en calificar casi como un milagro (hablando de milagros, atención al tratamiento de la religión en la serie).