lunes, 6 de agosto de 2007

ratatouille


Pocas veces uno tiene el placer de hablar de un film tan redondo como Ratatouille.
La conmovedora y divertida historia de la rata Remy, que acaba, tras una tragedia familiar, emergiendo de las cloacas para erigirse el chef del mítico restaurante del antes venerado cocinero Gustave Gusteau, resulta una de las experiencias más gratificantes del cine de este año, y seguro, del de unos cuantos más en el futuro. Prolongando la tradición de Pixar de contar historias, no una mera sucesión de chistes de desigual fortuna barnizados con la moralina de siempre, o con la supuesta acidez tambien de siempre (¿verdad, Shrek?), Ratatouille tiene un guión dinámico, profundo y armado con poderosas virtudes. Sin depender de escenas de acción o gags independientes, el film de Brad Bird posee además una caligrafía artística portentosa, ajustada a una narratividad que parece no tener límites.
Todo está rematado con mimo en Ratatouille, y fíjense, por favor, que aún no he comenzado a hablar de sus bondades técnicas, por las que probablemente el film sea identificado por el público. Formidable el homenaje a Trainspotting al comienzo del film, la voz en off de Remy narrando su historia, fantástico el diseño de éste...en fin.

Virtuosismos como el plano secuencia que sigue a Remy por el interior de las paredes antes de llegar al restaurante, o cuando cocina con Linguini, o la persecución por las calles de París en moto con los papeles del testamento, atestiguan sin excesos la calidad de un film sin fisuras.
Temas como la aceptación del otro, la integración de éste (y la colaboración entre diferentes para la consecución de un objetivo), la profesionalidad y la definición del individuo no sólo a través del grupo al que pertenece, ni por sí mismo, sino por las dos cosas al tiempo, así como el aprovechamiento de la oportunidad, aparecen sin sesgar ni mediatizar por prodigios técnicos o filosofías comerciales. Sorprendentes son también, por el tipo de film en el que nos hayamos, las cerebrales reflexiones finales del crítico de cocina Anton Ego al final del film. Nada nuevo esto último, al tratarse de un film amparado por Pixar, pero sobre todo dirigido por un artista que trabaja para el público, pero sin él, un verdadero demócrata del séptimo arte entendido como algo comercial y artístico, y no hablo de Spielberg o Mann: Brad Bird es el Kubrick de la animación, tiene en su haber la gesta de sacar adelante la cantera amarilla de Los Simpson hace ya algunas temporadas -inigualable la cantera de animadores y guionistas salidos de la serie creada por Groening- y de esa otra pasada que era Los increíbles o El Gigante de hierro, pero su último film decide alejarse del homenaje aventurero más cerebral que era ésta última, para exhibir un París de una inigualable belleza que supera cualquier tópico sobre la ciudad, y un guión que no necesita de la animación para justificarse, sino que justifica la animación por sí misma como plataforma de choque contra la mediocridad en la que el género nos obsequia con asiduidad.
Ratatouille, haciendo referencia a su propio vocabulario, se trata de una delicatessen que no podía estar más alejada del fast-food que la enmarca. Un 10.